Dunia, 18 años, Nador (Marruecos)
Una de las primeras cosas que llama la atención sobre Dunia es su risa. Es alocada, incontrolada y se contagia con extrema facilidad. Tiene 18 años y llegó a Málaga hace apenas tres meses. Antes de que cumpliera la mayoría, estuvo dos años acogida en un centro de menores de Melilla. Entonces, soñaba con el momento en el que recibiera su tarjeta de residencia. Con el momento de dar el salto a la península. Dunia cruzó sola la frontera siendo niña, creyendo que así podría ayudar a su familia en un futuro.
A pesar de su mirada risueña y su carácter enérgico, las fuerzas de Dunia llevan tiempo fallando. La chica reconoce que se siente más perdida que nunca: se ve a un paso de acabar en la calle, lejos de sus familiares, de su madre enferma y de las amistades que entabló en Melilla. No sabe cómo gestionar la incertidumbre que siente ni la ansiedad que esta situación le provoca. Tiene momentos de desesperación y, en uno de ellos, Dunia se autolesionó haciéndose cortes en la muñeca. Unas cisuras que todavía no han cicatrizado y que trata de ocultar bajo camisetas de mangas largas.
A la soledad que siente en la ciudad en la que ha empezado de cero hay que sumar la enorme desconfianza hacia las instituciones y las normas estrictas que tiene que cumplir si no quiere perder el techo y la cama. No se siente bien en el recurso habitacional en el que se aloja y, dice, no encuentra quien la comprenda. Afirma que no es solo por las normas, porque no tenía problemas en cumplirlas cuando era menor de edad y vivía en un centro. Ahora tiene la sensación de que está cumpliendo una condena, de que le cuesta respirar.
Por mucha presión que sienta o por muy descontenta que esté, Dunia sabe que la alternativa es la calle. Tiene que ser fuerte, se repite, pero reconoce que no sabe cuánto aguantará. Su esperanza es encontrar un puesto que le permita ser independiente, aunque su tarjeta de residencia no le autoriza a trabajar. Tampoco sabe dónde empezar a buscar empleo, aunque Dunia siempre lleva en su bolso al menos una veintena de currículums que procura repartir antes de irse a dormir.
Conseguir un contrato en la situación en la que se encuentra es realmente complicado: habría que encontrar un empresario o empresaria que tuviera voluntad de ayudarla, de hacerle un precontrato y de esperar a que se solucionen los trámites antes de obtener el permiso de trabajo. Pero esto tendrá que pasar en un tiempo relativamente corto porque, de lo contrario, Dunia acabará viviendo en España en situación administrativa irregular. Para que le renueven la primera tarjeta de residencia, exigen un contrato de un año a jornada completa. Unas condiciones que, a día de hoy, son casi inaccesibles para la mayoría de las personas que vivimos en este país.
Esta es la realidad que hay tras los cortes de Dunia. Ella no sabía ni qué pretendía autolesionándose, ni hasta dónde quería llegar. Solo sabía que sentía que le viene todo demasiado grande, que está muy cansada. Esta vez recapacitó y se detuvo. Pero podría haber una próxima vez y el desenlace podría ser el mismo que el de Omar, el joven que se suicidó tras abandonar el centro de menores en Barcelona. Podría haber una próxima vez porque pesa demasiado sobre Dunia la carga de ser una joven ex tutelada cuando, en realidad, no ha dejado de ser una niña.
Publicado en el blog Con M de Migraciones